Saturday, April 24, 2010


Estados Unidos sigue haciendo negocio

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1COMENTARIO
GM
Hace poco hablé de la intención del gobierno de Estados Unidos de vender las acciones que había acumulado en el banco Citigroup. Estas acciones se acumularon como resultado de las varias ayudas que ese gobierno inyectó cuando el banco estaba en dificultades y, como resultado de esas ayudas, le salvó la vida.
Estas ayudas permitirán a esos gobiernos que utilizaron nuestro dinero para salvar a empresas privadas, cuando vengan mejores tiempos, y vendrán, sacar algo de tajada como respuesta del riesgo que han tomado inyectando millones en empresas y bancos fallidos.
No creo que pidieron suficiente pero, por lo menos pidieron. Si vemos el gran despilfarro alrededor del mundo, muchos gobiernos gastaron sin pedir nada a cambio, nada, ni condicionaron qué se debería hacer con el dinero recibido.
Cuando venda sus acciones en Citigroup, el gobierno estadounidense recuperará dinero que antes inyecto, por lo menos parte. Ahora vemos que General Motors, que también recibió inyecciones multimillonarias, tiene pensado devolver lo que recibieron. En este caso Estados Unidos no recibió acciones, como debiera haber hecho, pero por lo menos las ayudas fueron en forma de deuda y, como a estas empresas y bancos no les gusta que los políticos les digan qué tienen que hacer, prefieren devolver lo que deben.
Pues bien, que devuelvan el dinero del pueblo y por lo menos así los ciudadanos normales no se quedan cómo los últimos en la cola.
En mi anterior artículo dije:
Con o sin beneficio, por lo menos conseguirán la devolución de lo invertido que es mucho mejor que lo que otros gobiernos podrán hacer, ya que inyectaron miles de millones sin condiciones y sin pedir nada a cambio. Una dmostración más de por qué los políticos y los funcionarios deben mantenerse alejados del sector privado.
Pues si. No todos los países pueden decir lo mismo, y no porque no se lo hemos dicho desde el primer momento. ¿Qué pasará con todas esas ayudas billonarias que vimos en Europa?

UN FACHA DE SIETE AÑOS

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Patente de corso, por Arturo Pérez-Reverte

 
 UN FACHA DE SIETE AÑOS
 
 


Me interpela un lector algo –o muy– dolido porque de vez en cuando aludo a España como este país de mierda. El citado lector, que sin duda tiene un sentimiento patriótico susceptible y no mucha agudeza leyendo entre líneas, pero está en su derecho, considera que me paso varios pueblos y una gasolinera. Le extraña, por otra parte, y me lo comunica con acidez, que alguien que, como el arriba firmante, ha escrito algunas novelas con trasfondo histórico, y que además parece complacerse en recuperar episodios olvidados de nuestra Historia en esta misma página, sea tan brutal a la hora de referirse a la tierra y a los individuos que de una u otra forma, le gusten o no, son su patria y sus compatriotas.

La verdad es que podría, perfectamente, escaquearme diciendo que cada cual tiene perfecto derecho a hablar con dureza de aquello que ama, precisamente porque lo ama. Y que cuando abro un libro de Historia y observo ciertos atroces paralelismos con la España de hoy, o con la de siempre, y comprendo mejor lo que fuimos y lo que somos, me duelen las asaduras. Aunque, la verdad, ya ni siquiera duelen. Al menos no como antes, cuando creía que la estupidez, la incultura, la insolidaridad, la ancestral mala baba que nos gastamos aquí, tenían arreglo. La edad y las canas ponen las cosas en su sitio: ahora sé que esto no lo arregla nadie. España es uno de los países más afortunados del mundo, y al mismo tiempo el más estúpido. Aquí vivimos como en ningún otro lugar de Europa, y la prueba es que los guiris saben dónde calentarse los huesos. Lo tenemos todo, pero nos gusta reventarlo. Hablo de ustedes y de mí. Nuestra envilecida y analfabeta clase política, nuestros caciques territoriales, nuestros obispos siniestros, nuestra infame educación, nuestras ministras idiotas del miembro y de la miembra, son reflejo de la sociedad que los elige, los aplaude, los disfruta y los soporta. Y parece mentira. Con la de gente que hemos fusilado aquí a lo largo de nuestra historia, y siempre fue a la gente equivocada. A los infelices pillados en medio. Quizá porque quienes fusilan, da igual en qué bando estén, siempre son los mismos.

Pero me estoy metiendo en jardines complejos, oigan. El que quiera tener su opinión sobre todo eso, acertada o no, pero suya y no de otros, que lea y mire. Y si no, que se conforme con Operación Triunfo, con Corazón Rosa o con Operación Top Model, o como se llamen, y le vayan dando. Cada cual tiene lo que, en fin, etcétera. Ya saben. Por mi parte, como todavía me permiten y pagan este folio y medio de terapia personal cada semana –es higiénico poder morir matando–, me reafirmo un día más en lo de país de mierda. Y lo voy a justificar hoy, miren por donde, con una bonita anésdota anesdótica. Una de tantas.

Verán. Un niño de siete años, sobrino de un amigo mío, observando hace poco que varios de sus amigos llevaban camisetas de manga corta con banderas de varios países, la norteamericana y la de Brasil entre ellas –algo que por lo visto está de moda–, le pidió al tío de regalo una camiseta con la bandera española. «Van a flipar mis amigos, tito», dijo el infeliz del crío. Según cuenta mi amigo, el sobrinete bajó al parque como una flecha, orgulloso de su prenda, con la ilusión que en esas cosas sólo puede poner una criatura. A los diez minutos subió descompuesto, avergonzado, a cambiarse de ropa. El tío fue a verlo a su habitación, y allí estaba el chiquillo, al filo de las lágrimas y con la camiseta arrugada en un rincón. «Me han dicho que si soy facha o qué», fue el comentario.

Siete años, señoras y caballeros. La criatura. Y no en el País Vasconi en Cataluña, ni en Galicia. En la Manga del Mar Menor, provincia de Murcia. Casualmente, y sólo una semana después de que me contaran esa edificante historia infantil, otro amigo, Carlos, gerente de un importante club náutico de la zona, me confiaba que ya no encarga polos deportivos para sus regatistas con el tradicional filetillo de la bandera española en las mangas y en el cuello. «En las competiciones con clubs de otras autonomías –explicó– están mal vistos.»

Dirán algunos que, tal y como anda el asunto, podríamos mandar a tomar por saco ese viejo trapo y hacer uno distinto. Al fin y al cabo sólo existe desde hace dos siglos y medio. Podríamos encargarle una bandera nueva, más actual, a Mariscal, a Alberto Corazón, a Victorio o a Lucchino. O a todos juntos. Pero es que iba a dar igual. Tendríamos las mismas aunque pusiéramos una de color rosa con un mechero Bic, un arpa y la niña de los Simpson en el centro; y en las carreteras, el borreguito de Norit en vez del toro de Osborne. El problema no es la bandera, ni el toro, sino la puta que nos parió. A todos nosotros. A los ciudadanos de este país de mierda.