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Recuerdo perfectamente la primera vez que dormí en Suiza, en una tienda de campaña levantada en el valle de Lauterbrunnen, un escenario idílico por el que, en cualquier momento, podría aparecer corriendo Heidi.
Por la mañana, al salir de la tienda, cuando mis pies desnudos pisaron la hierba empapada de rocío, fue lo primero que contemplé. Ovejas. Ovejas mirándome entre los cendales de niebla.
Me acordé entonces de aquella divertida novela protagonizada por ovejas que se convierten en las investigadoras del crimen de su pastor: Las ovejas de Glennkill, de Leonie Swann, una escritora alemana.
Los cencerros de las ovejas habían sonado toda la noche, acompañándonos en aquel ambiente bucólico mientras entrábamos y salíamos del sueño (bien, en realidad las únicas ovejas que lleva cencerro son los carneros, a fin de guiar al resto de ovejas).
¡Ah, las ovejas! Como dice John Lloyd: "La oveja doméstica (Ovis aries) podría existir únicamente debido a los humanos, pero nosotros, en nuestra forma moderna, existimos únicamente gracias a las ovejas". Y es que las ovejas fueron las responsables del mayor cambio en el estilo de vida de los seres humanos: la transición de la cultura del cazador-recolector a la del agricultor.
Gracias a su carne y su leche, pudimos dejar de cazar. El cuidado de las ovejas también permitió que floreciera la civilización: era preciso pastorearlas y vigilarlas, lo que condujo a la creación de asentamientos humanos más grandes. La ganadería ovina no sólo fue la primera industria, también, gracias al pelo que les crece por el cuerpo, convirtió la lana en el primer producto comercial.
En la Edad Media, sobre la lana pivotaba toda la economía. El Renacimiento se financió en gran parte gracias a los beneficios del comercio lanar. Aunque cuidado con el abundante pelo de las ovejas. La lana se carga fácilmente de electricidad estática, como sabe todo aquel que viste jerséis de lana, así que las ovejas sin trasquilar son algo así como pararrayos. O sea, pelorrayos.
Es decir, que las ovejas atraen a los rayos, así que es mejor no andar cerca de ellas en una tormenta. Sí, los griegos consideraban sagradas a las víctimas fallecidas por un rayo, pero a mí eso no me consolaba especialmente. Prefería no morir electrocutado.
Aunque es cierto que solemos asociar las ovejas a la estupidez, al mimetismo y al gregarismo por su afición a organizarse en rebaños (los que siguen una moda ciegamente son catalogados de rebaño de ovejas), lo cierto es que las ovejas son muy inteligentes y astutas, y poseen también una gran memoria que les permite rostros de otros miembros del rebaño y el de sus pastor durante dos años. Prosigue John Lloyd:
Al principio, los pastores y los perros les enseñaban qué montaña, qué rocas y qué ríos marcaban los límites de los pastos. Las ovejas transmitían esos conocimientos a sus corderos, y así iba pasando de generación en generación, en ocasiones hasta prolongarse durante varios siglos.
Vía | El pequeño gran libro de la ignorancia (animal) de John Lloyd
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