Friday, June 4, 2010

PASADO, PRESENTE Y FUTURO DEL PATRIMONIO CULTURAL DE LA IGLESIA. Discurso de ingreso en la Real Academia de Bellas Artes de Santa Isabel de Hungría, 17-05-10



Discurso del Arzobispo de Sevilla de ingreso en la Real Academia de Bellas Artes de Santa Isabel
 de Hungría, 17-05-10

Comienzo mi intervención saludando cordialmente a la
Excma. Sra. Directora de la Real Academia de Bellas Artes de
Santa Isabel de Hungría de Sevilla, a los miembros de su
Junta de Gobierno, a los señores Académicos, a las
autoridades, a los hermanos sacerdotes y a todos ustedes,
que han tenido la deferencia de hacerse presentes en esta
cita de la Academia. Agradezco a los miembros de la
Academia el nombramiento como Académico de Honor,
distinción para la que no tengo más mérito que el de ser
Arzobispo de Sevilla, título que debo, como reza mi sello
episcopal a la gracia de Dios y a la benignidad de la Sede
Apostólica. Gracias, por tanto, de corazón. Es para mí un alto
honor poder dirigirles la palabra desde este estrado que ha
sido honrado por tantos ilustres conferenciantes, que son
gloria de la cultura sevillana y española. Quiero comenzar
aclarando que mi intervención va a ser sobre todo divulgativa
y no erudita En ella voy a informar sobre el estado de la
cuestión acerca de los bienes culturales de la Iglesia en
España, su origen, su conservación, las expectativas actuales
y los ámbitos en los que en estos momentos la Iglesia está
trabajando. Al final haré una breve excursus sobre la
dimensión evangelizadora del patrimonio cultural de la
Iglesia. Hablaré desde mi experiencia como Delegado
Diocesano para el Patrimonio Cultural de al Iglesia en mi
Diócesis de origen y desde mi servicio durante cinco años
como Presidente de la Comisión Episcopal para el Patrimonio
Cultural de la Conferencia Episcopal Española.
1. Origen del patrimonio cultural de la Iglesia
Como pórtico de esta conferencia, puede ser útil decir una
palabra sobre el origen de nuestro patrimonio cultural. A
pesar de las guerras, expoliaciones y catástrofes naturales, el
patrimonio cultural de nuestro país sigue siendo inmenso.
Ocupamos uno de los dos primeros lugares del mundo, junto
a Italia, en cuanto riqueza artística y monumental se refiere.
En su origen y constitución a lo largo de los siglos hay que
mencionar fundamentalmente a dos instituciones que lo han
hecho posible, el Estado y la Iglesia, sin olvidar a la sociedad
misma, tanto su estrato más alto, la nobleza, como al pueblo
sencillo, que también contribuyó a su acrecentamiento.
El patrimonio cultural propiedad del Estado y de los
particulares supone en torno al 20 % del entero patrimonio
artístico nacional, mientras que el de titularidad eclesiástica
se sitúa en torno al 80 %. La Iglesia está, pues, y de forma
muy significativa, en el origen de nuestro inmenso patrimonio
cultural. Lo fue creando con sus propios recursos, con la
ayuda de los fieles y con el mecenazgo de los particulares. En
estos momentos la Iglesia en España posee más de 60.000
templos y lugares de culto, además de otros edificios como
seminarios, conventos, monasterios, residencias episcopales,
todos ellos necesarios para el cumplimiento de su misión.
La Iglesia ha sido la creadora y es la conservadora, la
defensora, transmisora y titular de todos estos bienes
culturales. La Iglesia nunca ha negado que en esta custodia y
transmisión han existido fallos, omisiones y debilidades. Los
hubo en el pasado y también en tiempos recientes y
probablemente los seguirá habiendo en el futuro. No dejan de
ser la excepción. La regla ha sido el amor y el cuidado de un
patrimonio, que en gran medida se conserva gracias al celo y
al trabajo anónimo de párrocos y cabildos y a la ayuda y
apoyo ejemplar de los fieles.
2. Los dos últimos siglos.
No tenemos tiempo para hacer un recorrido más amplio sobre
la historia de la conservación del patrimonio cultural de la
Iglesia. Me voy a limitar, por ello, a los dos últimos siglos y
en concreto a los tres o cuatro momentos especialmente
desgraciados: el primero es la Francesada, que tuvo unas
consecuencias muy funestas en todo el territorio nacional.
Salvo excepciones muy contadas, no hubo pueblo grande o
pequeño que se salvara. Grandes cantidades de obras de arte
(pintura, escultura, orfebrería y telas preciosas)
desaparecieron. Muchas de ellas se encuentran hoy en los
museos franceses o en otros museos europeos. La peor parte
le correspondió a la orfebrería, muchas de cuyas piezas
fueron convertidas en lingotes. Otro tanto sucedió con gran
número de órganos barrocos, destruidos o mutilados en sus
partes fundamentales.
Otro momento especialmente triste en la historia reciente de
la conservación de nuestro patrimonio cultural fue la
Desamortización de los bienes eclesiásticos, iniciada ya en el
reinado de Fernando VII y consumada por una ley de julio de
1837 del Ministro de Hacienda de Isabel II, Juan Álvarez de
Mendizábal. En virtud de esta Ley, los bienes de la Iglesia y
de las comunidades religiosas fueron declarados bienes
nacionales y puestos a pública subasta. Hoy nadie duda de
que la Desamortización era una auténtica necesidad social.
Sin embargo, siendo necesaria, en su realización concreta,
fue muy mal ejecutada, con lo cual perdió gran parte de sus
virtualidades sociales. Los altísimos precios de salida en las
subastas públicas de los bienes rústicos y de los inmuebles,
impidieron que los renteros de la Iglesia pudieran acceder a la
propiedad de estos bienes, que pasaron a manos de la
pequeña nobleza rural, con lo que los ricos se hicieron más
ricos y los campesinos pasaron a depender de aquella, en
ocasiones con menos entrañas de misericordia que la Iglesia.
Desde el punto de vista artístico, que es el que ahora a
nosotros nos interesa, la Desamortización fue un enorme
disparate, especialmente en relación con los Monasterios. Los
nuevos dueños se posesionaron de las tierras y abandonaron
los edificios a su suerte. Con ello, se perdieron edificios
extraordinarios y gran parte de los objetos artísticos que
atesoraban y que sus nuevos propietarios no estaban en
condiciones de valorar. Las quejas de los viajeros románticos,
Ponz, Street y Cuadrado entre otros, son numerosas en sus
libros de viajes. Podríamos poner innumerables ejemplos.
Por lo que respecta a la Guerra Civil quiero comenzar diciendo
que soy consciente de que en una guerra, y más si es entre
hermanos, las mayores pérdidas no son las que afectan al
patrimonio cultural. Pero no es éste el tema que nos ocupa,
sino las consecuencias que los acontecimientos de 1.931-39
tuvieron para nuestro patrimonio. Y tengo que decir que,
buscando como causas genéricas la ignorancia, el odio y las
pasiones desbordadas, dichas consecuencias fueron
aterradoras en las zonas donde el conflicto tuvo más
virulencia. Es el caso de los Obispados que yo conozco mejor
Sigüenza-Guadalajara, Toledo o Córdoba. En mis seis años y
medio como Obispo auxiliar de Toledo visité todas las
parroquias de la Diócesis. Si exceptuamos la capital, en la que
buena parte del patrimonio quedó indemne, sólo encontré
cuatro o cinco en las que se conservan sus retablos y el resto
de su ajuar litúrgico. En el resto todas las obras artísticas
desaparecieron, entre ellas retablos impresionantes de Alonso
de Covarrubias, Nicolás de Vergara, Juan Bautista Vázquez,
Juan Correa de Vivar, Hernando del Rincón, etc. Y no digamos
nada de lo acaecido con la catedral de Sigüenza.
Paralelamente, en estos mismos años, los años
subsiguientes al Concilio Vaticano II, tiene lugar lo que
Julián Marías llamó "el gran desastre", que sin
pretenderlo, supuso la reforma litúrgica del Concilio
Vaticano II para nuestro patrimonio, como
consecuencia de una lectura apresurada y torpe de sus
documentos. En efecto, en aras de un liturgismo mal
entendido, en más de un caso, retablos renacentistas,
neoclásicos o barrocos, fueron arrinconados en
trasteras y desvanes, a la búsqueda de una iglesia más
sencilla y cercana a los pobres. En ocasiones, sin
demasiada reflexión y con el fin de poner el altar cara
al pueblo, se arrinconaron expositores y ostensorios
valiosísimos y en el centro de los presbiterios, en los
que la nobleza de la madera o de la piedra había sido
desplazada por la plebeyez del terrazo, se instalaron
mesas de altar anodinas, carentes de valores estéticos
e incapaces de suscitar sentimientos de devoción. Este
fenómeno, especialmente cruento en la meseta
castellana y menos intenso en Andalucía, hay que
ponerlo en relación con la desaparición de la asignatura
de arte sacro de los estudios de teología de los
Seminarios a la búsqueda de materias aparentemente
de más calado pastoral.
Tengo que reconocer que en líneas generales estas
actuaciones no fueron irreversibles y que, gracias a
Dios, en los últimos veinte años las aguas han vuelto a
su cauce: la perspectiva de cuarenta años de
postconcilio ha servido para redimensionar muchas
soluciones estéticas realizadas con prisas y sin criterios
definidos, hasta el punto de que en los últimos años, en
no pocos lugares, muchas acciones concretas de
restauración tienen por objeto la corrección de estas
soluciones desafortunadas.
3.
Situación actual.
Entro ya en la descripción de la situación actual del
patrimonio cultural de la Iglesia. Quiero decir de
entrada que, a juicio de los expertos, vivimos un
momento especialmente esperanzador. Se ha escrito, y
no sin razón, que aproximadamente desde 1.980, más
allá de episodios negativos concretos, el patrimonio
artístico de la Iglesia en España ha iniciado una etapa
de auténtica primavera. Las causas son, a mi juicio, las
siguientes:
3.1. Una nueva sensibilidad en nuestro pueblo.
La primera es la nueva sensibilidad que en torno a
estos temas comienza a existir en amplios sectores de
nuestro pueblo, como consecuencia de la elevación del
nivel cultural, el fenómeno turístico, que llega hasta las
aldeas más apartadas, y la presión benéfica que en
muchos casos están ejerciendo sobre las autoridades
de Cultura y sobre la misma Iglesia, al menos en la
mitad norte de España, las numerosísimas asociaciones
culturales que han surgido en muchos de nuestros
pueblos y que consideran el patrimonio como nuestras
señas de identidad y la síntesis de nuestras raíces
históricas, religiosas y culturales. Muchas obras de
restauración recientes tienen como causa
desencadenante la presión casi siempre cordial de
algunas de estas asociaciones. Como prueba de este
creciente aprecio de nuestro pueblo por su patrimonio,
quiero recordar el éxito de las grandes exposiciones de
los últimos años, que han tenido como centro los
Museos del Prado, Reina Sofía, el Thyssen-Bornemisza
y el Museo de Bellas Artes de sevilla, entre otros; la
gran acogida de que ha sido objeto todo el
proyecto "Edades del Hombre" de la Iglesia en Castilla-
León y otras muchas exposiciones que podríamos
enumerar, que no se explican solamente por
el"snobismo", ni parecen ser una moda pasajera.
Que esta nueva sensibilidad es cierta lo demuestra la
colaboración económica ejemplar y las cuantiosas
prestaciones personales de los fieles, tanto de los que
viven habitualmente en nuestros pueblos, como de los
que viven fuera, cuando se trata de restaurar iglesias y
ermitas y también bienes muebles, como después diré.
3.2. La elevación del nivel económico.
Una nueva causa que explica la mayor atención a la
conservación y restauración de nuestro patrimonio es
la elevación del nivel económico general del país, que
ha permitido incrementar las asignaciones de fondos
públicos y también privados, a través del mecenazgo, a
un sector que hasta no hace muchos años no se
consideraba prioritario en la mente de muchos gestores
de los asuntos públicos, al menos mientras no
estuvieran cubiertas otras necesidades más
perentorias.
3.3. La organización autonómica del Estado.
Un nuevo hecho que está influyendo de forma positiva
sobre el patrimonio cultural de la Iglesia es la nueva
organización administrativa del Estado Español, es
decir el llamado Estado de las Autonomías, con la
transferencia de competencias en esta materia, que las
diecisiete Comunidades Autónomas han asumido como
uno de sus quehaceres prioritarios. En algunos casos,
este interés se acrecienta por considerar la atención al
patrimonio como uno de los medios más aptos para
descubrir las propias señas de identidad y enraizar de
este modo el sentimiento autonómico. Lo cierto es que
hoy se gastan mayores sumas de dinero en patrimonio
que cuando estas competencias eran exclusivas del
Estado central.
Entre los años 1986 y 1987, las diecisiete Comunidades
Autónomas firmaron los correspondientes Convenios de
colaboración con las Iglesias de las regiones
respectivas para la conservación, restauración y
difusión del patrimonio de titularidad eclesiástica.
Todos estos Convenios son gestionados por las
llamadas Comisiones Mixtas Iglesia-Consejerías de
Cultura, comisiones paritarias que establecen las
prioridades y programas, asignan los recursos y
efectúan el seguimiento de dichos programas. He de
decir que, con algunas diferencias, los Convenios están
funcionando razonablemente bien y que cada año
sedestinan importantes recursos a este sector.
3.4. Comisión Episcopal y Delegaciones Diocesanas.
Me refiero a continuación a dos factores de carácter
intraeclesial, que yo juzgo de la mayor importancia en
la génesis del momento esperanzador que vivimos. Me
refiero en primer lugar a la creación en 1981, en el
seno de la Conferencia Episcopal Española, de una
Comisión Episcopal específica para el Patrimonio
Cultural, que viene funcionando desde entonces con
sus correspondientes expertos y técnicos en cada uno
de los sectores que conforman el patrimonio cultural.
La creación de la Comisión Episcopal de Patrimonio en
1.981 es un hecho de la mayor relevancia por cuanto
que está sirviendo como catalizador de ilusiones,
vehículo de difusión de ideas, a través del
Boletín "Patrimonio Cultural", y foro de debate y de
intercambio de experiencias e iniciativas en las
Jornadas Nacionales de Patrimonio Cultural de la
Iglesia, que cada año reúnen a centenar y medio de
Delegados Diocesanos, Archiveros y Museólogos de la
Iglesia.
En este sentido es importante mencionar también como
motor de esta nueva sensibilidad la creación en todas
las Diócesis, a partir de 1982, de las Delegaciones
Diocesanas o Episcopales para el Patrimonio Cultural.
No sería justo, sin embargo, si en el origen de este
nuevo clima no mencionara el entusiasmo y el trabajo
de tantos sacerdotes que entienden que la atención al
patrimonio cultural constituye una parte no desdeñable
de su servicio pastoral y que incluso son los primeros
en ponerse, nunca mejor dicho, "manos a la obra",
porque entienden que la preocupación por la
conservación del patrimonio es también un servicio a
nuestro pueblo, que no excluye, sino que complementa,
el servicio específicamente pastoral.
4. Situación por sectores.
Entro ya en la descripción de la situación concreta del
patrimonio cultural de la Iglesia. Me atengo a la
clasificación ya comúnmente aceptada que divide los
bienes culturales en: archivos y bibliotecas; bienes
muebles y museos; bienes inmuebles y arqueología; y
difusión cultural. Quiero recordar de nuevo que en los
últimos quince o veinte años se ha producido en España
un progreso en todos estos sectores que muy pocos
auguraban hace sólo cuatro décadas. En este sentido,
puedo aportar una experiencia personal: cuando yo
vivía en Roma en los comienzos de la transición y
desde la Escuela de Archivística y Biblioteconomía del
Archivo y Biblioteca Vaticanos de las que era alumno,
nos organizaban visitas a archivos, museos, escuelas y
talleres de restauración de iconografía o de libros y
documentos, advertía la enorme distancia que nos
separaba de Italia, país puntero en lo que se refiere a
la conservación de su enorme patrimonio. Hoy las
cosas han cambiado mucho, gracias a Dios, y, en los
últimos veinticinco años, hemos recorrido un largo
camino que ni los más optimistas podían soñar.
4.1. Archivos y bibliotecas.
Los archivos y bibliotecas han sido siempre la
cenicienta de nuestro patrimonio. A pesar del esfuerzo
que se ha hecho en los últimos años, sigue siendo el
sector más deficitario. Es de destacar en primer lugar la
gran distancia que existe entre los medios con que
cuentan los grandes archivos estatales (Archivo
Histórico Nacional, Corona de Aragón, Simancas...) e
incluso los provinciales, si los comparamos con los
archivos de la Iglesia. Los primeros tienen personal
suficiente (cuerpo de facultativos de Archivos y
Bibliotecas) y unos recursos que van permitiendo su
modernización. Hasta los archivos municipales se van
organizando y catalogando con ayuda de las
Diputaciones.
En el caso de la Iglesia, se van dando pasos, aunque
todavía, en algunos casos, los grandes Archivos
Históricos Diocesanos, tan importantes para los
investigadores prácticamente hasta el siglo XX, son, en
ocasiones, grandes almacenes de papel situados en
lugares inhóspitos, sin calefacción, sin medios
económicos, ni instrumentos auxiliares y casi sin
personal que catalogue las piezas archivísticas.
Bastante hacen los pobres archiveros con servir, como
pueden, a los investigadores, que cada vez, en mayor
número, se acercan a los archivos. Hay excepciones, sin
embargo, de archivos eclesiásticos muy bien montados,
con técnicas modernas, inventarios válidos y personal
auxiliar: todos los catalanes, los de Castilla y León,
Sevilla, Cuenca, Albacete, Madrid, Toledo, Oviedo, etc...
Por otra parte, contamos ya con la Guía de los Archivos
y las Bibliotecas de la Iglesia en España, obra en dos
volúmenes, publicada por la Asociación Nacional de
Archiveros Eclesiásticos, León 1.985. En ella se
describen los fondos de cada uno de los archivos
Diocesanos y catedralicios. Son ya muchas las Diócesis
que han publicado el Censo-guía de los archivos
eclesiásticos, con una descripción de los fondos con
que cuenta cada archivo, incluso los parroquiales, y su
cronología (Burgos, Vitoria, Bilbao, San Sebastián,
Oviedo, Cuenca, Albacete, toda Andalucía).
En muchas Diócesis sigue adelante la concentración de
los archivos de las pequeñas parroquias o de las
parroquias desaparecidas, en el Archivo Histórico
Diocesano, al que se está trasladando toda la
documentación que tenga más de cien años. La única
excepción son aquellos archivos que tienen entidad por
sí mismos, por la riqueza o cantidad de sus fondos o
porque hay una comunidad detrás, que garantiza su
conservación.
En gran número de Diócesis se han microfilmado, y en
algunos casos digitalizado en los últimos años la
totalidad de los fondos archivísticos, del archivo
general y de los archivos parroquiales. En Cataluña se
han informatizado ya la totalidad de los Archivos
Diocesanos, que están además interconectados entre
sí. También el de Albacete y el la Conferencia Episcopal
Española.
4.2. Bienes inmuebles.
Es éste el sector de los bienes culturales de la Iglesia
en el que más se ha trabajando en los últimos años por
una razón elemental: antes de restaurar el contenido es
preciso asegurar y poner a punto el continente. Lo
cierto es que, a nivel nacional, nunca se habían hecho
inversiones tan cuantiosas en la conservación y
restauración de edificios religiosos, con una
particularidad: aparte de las obras ordinarias de
conservación, las obras que se están realizando, se
proyectan y ejecutan con una clara vocación de futuro,
cuidando además no sólo los aspectos estructurales de
los edificios, sino también los decorativos y funcionales
de los interiores de los templos. Las instituciones
implicadas en la conservación del patrimonio mueble
son las siguientes:
-- las Consejerías de Cultura de las Comunidades
Autónomas, a través de los respectivos Convenios con
la Iglesia, cuya actuación se centra especialmente en
los edificios declarados BIC.
-- las Diócesis, que cada año destinan una cantidad de
sus presupuestos a la conservación y restauración de
su patrimonio.
-- las Diputaciones Provinciales, a través de los
convenios firmados por estas instituciones con casi
todas las Diócesis para la conservación de las Iglesias
no monumentales, que se están revelando como muy
eficaces.
-- Algunos Ayuntamientos que colaboran también con
la Iglesia de forma generosa.
-- …. Y, sobre todo, las ayudas de los fieles, que en
conjunto y, a nivel nacional, están aportando en torno
al 55 % de las cantidades que cada año se invierten en
la conservación y restauración del patrimonio
inmueble. [La Diócesis de Córdoba ha invertido en
restauraciones en el año 2007 en torno a 8 millones de
euros (1350 millones de pts., de los cuales 250
corresponden a la Consejería de Cultura, 300 a los
presupuestos del propio Obispado con la ayuda de
CajaSur, 100 a los Ayuntamientos y otras instituciones
y 750 a la ayuda de los fieles]. Quiero subrayar la
importancia de esta colaboración. Sin la ayuda
generosa de la gente sencilla de nuestros pueblos y
también de los que un día emigraron y siguen
vinculados a sus lugares de origen no sería posible
hacer ni la mitad de lo que en este momento viene
haciendo la Iglesia en España por la conservación de su
patrimonio inmueble. Podría referir docenas de casos
ejemplares y elocuentes de las Diócesis que mejor
conozco: Sigüenza-Guadalajara, Toledo y Córdoba.
He de destacar el gran interés pastoral de estas obras
realizadas con la colaboración de las instituciones y de
los fieles, como factor de vertebración social de
nuestras comunidades, pues al mismo tiempo que
restaura el edificio material, el pueblo se une y se
cohesiona en torno a un objetivo de interés común. En
muchos casos, se reconstruyen las relaciones humanas,
la gente aprende a valorar sus monumentos e, incluso,
se establece una nueva relación con la parroquia y con
el mundo religioso.
Para terminar este apartado quiero decir que ni en
éste, ni en el sector de los bienes muebles son
significativas las aportaciones del mecenazgo privado.
La cultura del mecenazgo está iniciándose entre
nosotros. La razón es que las exenciones fiscales son
más escasas en España que en Francia, Alemania, Italia
o USA. Ojala nuestros gobernantes tomen en serio las
recomendaciones del Consejo de Europa en este
sentido. Podrían ser un buen punto de partida para la
elaboración de una ley de mecenazgo a la altura de lo
que necesita y merece el patrimonio de nuestro país.
4.2. Bienes muebles y museos.
Por lo que respecta al sector de los bienes muebles,
tengo que reconocer que hasta hace veinte años este
sector no ha tenido por parte de la Iglesia la atención
que merecía por una razón elemental, la necesidad de
atender a la conservación de los inmuebles, para los
que se han destinado grandes sumas provenientes de
la propia Iglesia, de las instituciones y de los fieles. Por
esta razón, no ha habido programas sistemáticos de
conservación y restauración de los bienes muebles,
sino que se han ido aprovechando oportunidades
coyunturales con ocasión de préstamos, de
exposiciones organizadas por la propia Iglesia o
convenios puntuales con el Instituto del Patrimonio
Histórico o con otros institutos o talleres de
restauración.
Desde hace una veintena de años, las cosas han
comenzado a cambiar. En muchas Diócesis existen
programas sistemáticos de restauración de bienes
muebles con la ayuda técnica de las Comunidades
autónomas o de otras instancias. Van surgiendo
también los talleres diocesanos de restauración.
En relación con el Inventario de los bienes muebles,
tengo que decir que la Iglesia es muy consciente de su
necesidad para poder conocer lo que tenemos, la
calidad de las obras y su estado de conservación, para
poder programar las restauraciones y para facilitar la
búsqueda de las piezas en caso de sustracción. No
obstante, nos queda todavía un largo camino por
recorrer. La Iglesia posee en todos los casos el
inventario elemental que prescribe Código de Derecho
Canónico. Dicho inventario debe existir en cada
parroquia e incluso una copia en el Obispado. No todas
las diócesis tienen, sin embargo, el catálogo general y
exhaustivo, con ficha técnica homologada, descriptiva
de cada pieza y testigo gráfico de todos y cada uno de
los retablos, tallas, orfebrería, indumentaria litúrgica,
pintura y demás objetos preciosos de cada iglesia o
ermita de la Diócesis. En estos momentos el inventario
está realizado íntegramente en las Diócesis catalanas,
Aragón, Navarra, Bilbao, Vitoria, Galicia, Castilla-León y
Asturias y Rioja. En el resto, está en camino. Es nuestro
caso.
Por lo que respecta a los Museos de titularidad
eclesiástica, su número se eleva a 385. En este número
están incluidos los museos diocesanos, catedralicios,
parroquiales o de órdenes religiosas. La situación de
nuestros museos es muy desigual. Algunos están cada
vez mejor organizados, de acuerdo con las últimas
orientaciones de la museología y con las necesarias
medidas de seguridad. Otros, sobre todo los más
antiguos, se han quedado obsoletos, cosa que preocupa
grandemente a los responsables, Obispos y cabildos,
que buscan cauces para una nueva sistematización. En
algunos casos, especialmente en museos catedralicios,
se han encontrado fórmulas imaginativas para que,
además de la función cultural, el museo cumpla
también una función pastoral y evangelizadora. En
estos momentos, estos son precisamente los dos retos
a los que se enfrentan los museos de la Iglesia: la
reorganización y modernización de sus instalaciones y
su proyección pastoral.
4.3. Difusión cultural.
Una palabra sobre la difusión cultural. Destaco en
primer lugar la colaboración asidua de la Iglesia con las
grandes exposiciones que han venido organizando
instituciones públicas o privadas en los últimos
veinticinco años. Fuera de excepciones puntuales, creo
que esta colaboración ha sido ejemplar, hasta el punto
de que muchas de estas exposiciones no se hubieran
podido celebrar sin la colaboración de la Iglesia. La
Iglesia, por su parte, también ha puesto su granito de
arena en este sector. Enumero algunas de las
exposiciones más importantes organizadas por la
Iglesia. Abrió el fuego Cataluña en 1985 con la magna
exposición titulada Thesaurus, el arte en los Obispados
de Cataluña, 1.000-1.800" ; "Millennium", Cataluña
1991; Magna Hispalensis, Sevilla 1992; y a partir de
1988, el gran proyecto cultural de las once diócesis de
Castilla-León, titulado "Las Edades del Hombre", que ha
creado su propia metodología expositiva, imitada
después por otras exposiciones organizadas por
instituciones civiles y, lo que es más importante, con
un inequívoco marchamo evangelizador, con un
mensaje a transmitir, con un relato o hilo conductor de
las diferentes muestras. Hoy no hay exposición
organizada por la Iglesia que no tenga como
característica fundamental la evangelización.
En el caso de "Edades del Hombre", este colosal
proyecto ha supuesto un enorme esfuerzo de inventario
y restauración de piezas, de investigación, catalogación
y edición de fondos musicales con auténticas
sorpresas. Lo más importante es que la Iglesia ha
encontrado su propia metodología en este campo,
consiguiendo montajes brillantes y buscando al mismo
tiempo la educación en la fe y la evangelización.
5. El Plan Nacional de Catedrales.
Por su importancia, es preciso decir una palabra sobre
el Plan Nacional de Catedrales, que tantas expectativas
ha suscitado en el seno de la Iglesia y en la propia
sociedad, por tratarse del conjunto monumental más
importante de nuestro país. Fue firmado por la Ministra
de Educación, Dña. Esperanza Aguirre, y Cultura y el
Arzobispo Presidente de la Conferencia Episcopal
Española, Mons. Elías Yanes, el día 25 de febrero de
1997. En él ambas instituciones declaran su interés
coincidente en la conservación de este conjunto
monumental, en el marco del art. 46 de la Constitución
y del art. XV del Acuerdo entre la Santa Sede y el
Estado Español sobre Enseñanza y Asuntos Culturales.
El aspecto más importante del Plan de Catedrales es su
misma existencia, consagrada a través de un convenio,
con el compromiso solemne por parte del Estado de
atender de forma prioritaria en los años siguientes a
estos monumentos, muchos de los cuales estaban en
condiciones muy precarias de conservación como
consecuencia de la antigüedad de los edificios, sus
grandes dimensiones, la fragilidad de sus materiales, la
contaminación, el tráfico rodado que los circunda y la
afluencia turística cada vez más creciente. Destaco los
puntos más importantes que quedan asegurados en el
convenio:
-- La elaboración del Plan Director de cada catedral,
que es como una especie de Libro Blanco en el que se
describe la situación de cada edificio y de los bienes
muebles que contiene, sus patologías, sus prioridades y
soluciones, indicando el camino a seguir en su
restauración, periodizando los procesos y valorando las
inversiones. Es como un vademécum o guía, de acuerdo
con la cual se están realizando las intervenciones en
cada edificio. En estos momentos tienen ya el Plan
Director finalizado todas las catedrales españolas. Es
de notar que la redacción de cada Plan Director es
responsabilidad de un arquitecto especialista, ayudado
por un equipo pluridisciplinar en el que se incluyen dos
representantes del Obispado o del Cabildo respectivo.
-- La financiación del Plan corre a cargo de los
presupuestos del Ministerio de Educación y Cultura, del
1% cultural del Ministerio de Fomento, de las
Consejerías de Cultura de las Comunidades Autónomas
mediante los correspondientes conciertos, con la
colaboración también de aquellos Cabildos que tengan
posibilidades económicas. Las inversiones anuales
están siendo entre 60 y 90 millones de pts. en cada
Catedral, que es la cantidad que se estima que puede
soportar un edificio vivo, que está abierto al culto y que
tiene que seguir funcionando.
-- Otro aspecto importante incluido en el Acuerdo son
las Comisiones de seguimiento y evaluación. Existe una
Comisión Mixta, formada por tres representantes de la
Conferencia Episcopal y otros tres del Ministerio, que se
reúnen periódicamente para hacer el seguimiento de
los programas de inversiones e informarnos
mutuamente de los problemas que van surgiendo.
La valoración global del Plan Nacional de Catedrales
por parte de la Conferencia Episcopal Española es
positiva. La gestión está siendo muy correcta y el nivel
de información a la representación de la Conferencia
Episcopal en la Comisión Mixta es aceptable. Tengo que
añadir que el 21 de noviembre de 2006 se firmó con la
Sra. Ministra de Cultura Dña. Carmen Calvo un convenio
que desarrolla el convenio general, en el que el
Ministerio se comprometía a iniciar obras de
restauración en el bienio 2007-2008 en 43 catedrales
españolas.
5. La dimensión evangelizadora del patrimonio cultural
de la Iglesia.
Una de las causas que más está influyendo en el
interior de la Iglesia en el mayor aprecio de nuestro
patrimonio cultural es el redescubrimiento de su
verdadera naturaleza: se trata de un conjunto de
bienes nacidos de un impulso teologal, nacidos al calor
de la fe y para la gloria de Dios. Nadie puede explicar el
origen de nuestras catedrales, de nuestros templos, de
nuestros retablos si sólo considera móviles estéticos o
decorativos y si no tiene presente una finalidad
eminentemente religiosa en patronos y mecenas, en
maestros y artesanos, convencidos de que Dios se
merece lo mejor.
Pero además, en el origen de nuestros tesoros
artísticos hay una finalidad evangelizadora. Surgieron
con una finalidad catequética, es decir, para ser, en
frase del Papa San León Magno, el Evangelium
pauperum, que no significa tanto el "Evangelio de los
pobres", cuanto "la Biblia en piedra o en madera para
la evangelización de los iletrados", de los que no sabían
leer o escribir, que en la Edad Antigua, en la Edad
Media e incluso en épocas posteriores, eran la mayoría.
La verdad es que esta finalidad catequética no se
impone sin lucha. Las primeras generaciones cristianas,
deudoras todavía del judaísmo, se resisten a las
representaciones figurativas. Pero muy pronto, a partir
del año 200, se comienza a decorar con imágenes los
lugares de reunión de los cristianos. El hecho de que el
Concilio de Elvira, celebrado en el año 300 junto a
Granada, lo prohíba, es signo de que la costumbre iba
afianzándose en las catacumbas, en las pequeñas
iglesias del Asia Menor, y, muy pronto, con la libertad
de la Iglesia en el año 313, en baptisterios e iglesias
del mundo mediterráneo, cuyas paredes se decoran con
pinturas al fresco del Antiguo y Nuevo Testamento para
la educación en la fe de los nuevos cristianos.
Llegamos al período más reciente, que yo situaría a partir de
1960. Son los años del desarrollo económico en los que crece
el mercado del arte, el anticuariado y el coleccionismo. Son
años en los que la Iglesia no tiene todavía inventarios
técnicos. No existe además una policía especializada. Si a ello
unimos la ignorancia y la incuria por parte de algunos
responsables, la ausencia generalizada de medidas de
seguridad y la escasa sensibilidad del pueblo por su
patrimonio, no nos extrañará el gran asalto, a veces
planificado desde el extranjero, contra nuestro patrimonio
cultural. Nombres como los de Erik el Belga, el retablo de San
Miguel de Aralar y las tablas de Alonso de Berruguete en
Paredes de Nava, son sólo la punta visible del iceberg de una
expoliación que alcanza cerca de 35.000 piezas de titularidad
eclesiástica y también estatal, que incluso ahora, de cuando
en cuando, se van recuperando.
Tengo que decir que el primero que elaboró un programa
iconográfico para enseñar las verdades de la fe a través de la
belleza fue el poeta calagurritano Aurelio Prudencio hacia el
año 400. Dicho programa para la decoración de las basílicas,
redactado en verso, es conocido con el nombre de
"Dittochaeum". Consta de 48 títulos de historias, cada una
con cuatro versos, a modo de rótulos explicativos para otras
tantas escenas. Los 24 primeros son del Antiguo Testamento,
con Adán y Eva, los patriarcas, Moisés y la liberación de
Egipto, el desierto, los reyes, los profetas y el destierro. Los
otros 24, que corresponderían a la pared opuesta, son
escenas del Nuevo Testamento, la anunciación, el nacimiento,
distintas momentos de la vida pública de Jesús, pasión y
ascensión al cielo, escenas de la vida de Esteban, Pedro y
Pablo, para acabar con el Cordero del Apocalipsis. En suma,
se trata de una síntesis de la Historia de la Salvación, leyendo
el Antiguo Testamento desde una perspectiva cristológica.
Vendrán después los mosaicos de las basílicas constantinianas
de Roma, los iconostasios bizantinos, los frescos de las iglesia
rupestres de Capadocia, las pinturas murales y las portadas
del románico, las vidrieras góticas y los grandes retablos
góticos, renacentistas o barrocos, que nunca tienen una
función meramente decorativa sino también evangelizadora,
algo
que en esta hora, en que todos hemos sido convocados a una
Nueva Evangelización, hemos de tratar de recuperar.
6.1. "La evangelización –nos dijo el Papa Pablo VIconstituye
la dicha y la vocación de la Iglesia, su
identidad más profunda". Él nos dijo también, y nos lo
repitió miles de veces Juan Pablo II, que la Iglesia vive
para evangelizar, que la razón de ser de sus
instituciones y de sus miembros no puede ser otra que
el anuncio explícito de Jesucristo vivo, único salvador y
redentor, único camino, verdad y vida para el hombre.
En la Carta apostólica Novo millennio ineunte nos decía
Juan Pablo II que en esta hora de la Iglesia y del
mundo "hace falta reavivar en nosotros el impulso de
los orígenes, dejándonos impregnar por el ardor de la
predicación apostólica después de Pentecostés. Hemos
de revivir en nosotros el sentimiento apremiante de
Pablo, que exclamaba: 'ay de mí si no evangelizare' (1
Cor 9,16)". Esta tarea, como la santidad, no puede ser
delegada a unos pocos"especialistas", sino que debe
estimular la acción de todo el Pueblo de Dios, de todos
los sectores de la pastoral diocesana y también de la
parcela del patrimonio cultural, pues nada necesita
nuestro mundo con más urgencia que a Jesucristo, el
único que puede dar respuesta a los grandes problemas
del mundo, fuente de sentido, de seguridad, de firmeza
y consistencia para el hombre y manantial de
esperanza para todos.
6.2. A veces podemos sentir un cierto pudor a la hora
de concebir y hacer operativa la misión evangelizadora
de nuestros bienes culturales. A veces, al mostrar esos
bienes, el mensaje que queremos transmitir es tan
implícito que se torna ininteligible. En otras ocasiones,
destacamos sólo el servicio que la Iglesia ha prestado
secularmente a la cultura o a los necesitados, o
concebimos la visita turística como una mera preevangelización,
aplazando sine die, el anuncio explícito
de Jesucristo. En la exhortación apostólica Evangelii
nuntiandi nos dejó escrito Pablo VI que "no hay
evangelización verdadera mientras no se anuncie el
nombre, la doctrina, la vida, las promesas, el reino y el
misterio de Jesús de Nazareth, Hijo de Dios". No es
ocioso traer aquí el testimonio de un teólogo
protestante en las vísperas de la Segunda Guerra
Mundial: "No hay mayor impiedad que ofrecer al mundo
algo menor que Jesucristo" (D. Bonhoeffer).
6.3. Anunciar a Jesucristo es, pues, la razón última que
acredita y legitima el servicio al patrimonio de Diócesis,
sacerdotes y cabildos. Es ésta en realidad una pastoral
verdaderamente misionera, porque el patrimonio
cultural es frecuentemente el único eslabón que une
con la Iglesia, a través de la visita turística, a los que
no creen, a los alejados y a tantos hermanos que han
abandonado la fe o la práctica religiosa en los últimos
años. Para ello se necesita valentía y audacia, coraje y
caridad pastoral en los responsables, párrocos o
canónigos. Se necesita también imaginación para
articular un discurso discreto, respetuoso y alejado del
proselitismo, pero al mismo tiempo explícito, sin
complejos, atractivo, convincente
6. Recuperar la dimensión evangelizadora del
patrimonio cultural.
en la palabra de los guías, en los paneles, folletos
, gráficos, fotografías retroiluminadas y audioguías, técnicas
de intermediación en las que tendríamos que esmerarnos
especialmente. Por ello, habría que crear en todas las
Diócesis escuelas de guías turísticos y procurar no sólo su
formación artística, teológica y catequética, sino, sobre todo,
que sean personas "de casa", de una identidad cristiana neta,
de vigor apostólico, verdaderamente convencidas de la
importancia de su labor y capaces de acoger al turista con
respeto y con calor, pues a la Iglesia nadie debe ganarle en
humanidad. Cuando se trata de mostrar un templo, ellos
deben ser los primeros convencidos de su sacralidad, de su
condición de espacio vivo, porque es el lugar de reunión de la
asamblea, donde cada día se realiza el milagro de la
Eucaristía y donde consiguientemente se encuentra el Señor,
de manera que el visitante se sienta invitado a participar en
el misterio.
6.4.
En la tarea de aprovechar las potencialidades evangelizaras
de nuestro patrimonio chocamos con una dificultad
fundamental, la secularización de la sociedad, impermeable
ante lo religioso, y las presiones que la Iglesia recibe cada día
de determinadas instancias para que despoje su discurso de
referencias a la fe, pretensión ésta contraria a toda lógica,
puesto que una obra de arte que ha surgido por y para la fe
no puede entenderse sin apelar a la fe que la creó.
Efectivamente,
el creciente debilitamiento del sentido sagrado del patrimonio
religioso, fruto de la secularización que a todos nos envuelve,
tiende a considerar únicamente los aspectos estéticos y
culturales de estos bienes o su dimensión económica como
generadores de riqueza. La Iglesia no niega tales valores
culturales, ni sus potencialidades turísticas o incluso
económicas, que en todo caso serán una redundancia, pero
que nunca podrán ser las finalidades decisivas. Y digo esto a
propósito de algunos planes de instituciones públicas, que
están elaborando programas de explotación cultural y
turística de alguna catedral prescindiendo de su significación y
destino religioso. En el fondo, se parte de la base de que lo
religioso es algo que pertenece al pasado, a una fase
superada de la historia de la humanidad. nuestro patrimonio.
El arte cristiano ha sido durante siglos el único camino de
evangelización de los iletrados, de los que no eran capaces de
leer el Evangelio o el Catecismo. Hoy son también legión los
bautizados que no han sido evangelizados, los no
practicantes, los agnósticos y los no creyentes, cuyo único
vínculo con la Iglesia es la visita a nuestras catedrales y
museos. También a estos los hemos de evangelizar.
Tales planes, que ignoran completamente la identidad propia
del monumento, en este caso la catedral, entrañan una
notable perversión, puesto que la degradan y envilecen. La
finalidad de una catedral es muy otra: la gloria de Dios, el
culto solemne, la oración, la evangelización y su condición de
cátedra del Obispo, finalidades todas ellas que justifican su
existencia antes y mejor que cualquier otra consideración. Se
ha de tener en cuenta además que cuando la catedral cumple
bien estas finalidades ya está haciendo cultura. Nuestro
patrimonio religioso en general ha nacido para cumplir una
misión: ser manifestación de la fe comunitaria de los
creyentes en Cristo, celebración de la fe, acicate y alimento
de la misma fe a partir de la belleza de las obras de arte,
reflejo de la hermosura infinita de Dios, y anuncio explícito de
Jesucristo a los que no creen en Él. Todos estos datos
conforman su identidad y hacen que el patrimonio cultural de
la Iglesia sea un patrimonio peculiar.
6.5. Hoy más que nunca urge recuperar la dimensión
evangelizadora de
En los últimos años han surgido iniciativas interesantes en el
campo de la evangelización a través del patrimonio cultural.
Es el caso de la Federación Ars et Fides, representada en
España a través de Nártex, de algunas experiencias llevadas a
cabo en la escuela de guías de la Diócesis de Segovia, en la
parroquia de Santo Tomé de Toledo y en algunas otras
Diócesis empeñadas en el acompañamiento y formación de
los guías. Hay Diócesis también en las que están colaborando
ejemplarmente las Delegaciones Diocesanas de Patrimonio,
Catequesis y Enseñanza, preparando materiales audiovisuales
a partir del propio patrimonio diocesano para la catequesis o
la clase de religión. Con todo, estoy convencido de que
podríamos hacer mucho más. Esperemos que estas iniciativas
se multipliquen y contribuyan no sólo a la interpretación fiel
del patrimonio, sino también a la evangelización.
6.6.
Antes de terminar, y sin despreciar otros aspectos en los que
no me puedo detener, quiero repetir que el patrimonio
cultural de la Iglesia, es decir, la belleza nacida de la fe y del
manantial límpido y fecundo del Evangelio, tiene un valor
evangelizador incontestable. Bien aprovechado es un puente
tendido hacia la experiencia religiosa. Desde la contemplación
de esa belleza será posible encontrar el camino hacia la
verdad y la bondad que sólo se encuentra en Cristo, único
salvador y redentor, mediador único entre Dios y los
hombres, la única vía que nos lleva a la libertad, a la
comunión y a la felicidad. Que esto no es una quimera y que
el arte verdadero tiene capacidad para suscitar la nostalgia de
Dios y de lo religioso lo demuestra la historia de la conversión
del filósofo español Manuel García Morente, en su humilde
pensión de exiliado en París el 29 de abril de 1937, mientras
escuchaba en la radio la belleza sublime de la Infancia de
Jesús de Héctor Berlioz, en este caso un bien cultural de
naturaleza inmaterial e intangible. Este es también es el caso
de Paul Claudel, en la tarde de Navidad de 1886, en la que
movido por un sentimiento más estético que religioso,
penetra en Notre Dame de París mientras se cantan las
vísperas y queda subyugado por la majestuosidad del gótico
catedralicio, por la música del órgano y por la belleza de lo
que después él supo que era el Magníficat gregoriano,
entonado por un coro de niños y el coro del Seminario de
Saint Nicolas du Chardonnet. Este puede ser el camino de
otros hombres y mujeres de buena voluntad que se acercan a
nuestros bienes culturales. A nuestro alcance está la
posibilidad de tenderles la mano para que la belleza visible
sea camino y sacramento de encuentro con la belleza invisible
de Dios.
Termino ya agradeciendo a todos su atención. Si he
conseguido ayudarles a conocer mejor la situación actual del
patrimonio cultural de la Iglesia, y sobre todo, si he logrado
ayudarles a descubrir sus potencialidades evangelizadoras y
su verdadera identidad, habré cumplido el objetivo principal
de mi discurso de ingreso en esta Academia, pues anunciar a
Jesucristo a través de los bienes culturales es el mejor
servicio que podemos prestar a nuestros conciudadanos,
compartiendo con ellos el mejor tesoro que posee la Iglesia,
Jesucristo, "centro de la humanidad, gozo del corazón
humano y plenitud total de sus aspiraciones", en expresión
feliz del Concilio Vaticano II (GS 45).


+ Juan José Asenjo Pelegrina
Arzobispo de Sevilla

Las Matemáticas y Dios

 
 

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via blogs madri+d Master Site Feed by Instituto de Ciencias Matemáticas on 6/3/10

John Allen Paulos ha publicado recientemente el libro Elogio de la irreligión, en la colección Metatemas MT 106, de Tusquet. La lectura del libro ha motivado algunas reflexiones que compartimos con los lectores de Matemáticas y sus fronteras.

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El autor

John Allen Paulos es doctor en matemáticas por la Universidad de Wisconsin y profesor en la Temple University de Filadelfia. Aparte de su trabajo como profesor e investigador (en lógica matemática y teoría de probabilidades), Paulos es uno de los divulgadores matemáticos más conocidos, con varios libros que han alcanzado un gran éxito mundial. Entre sus premios, se encuentra el prestigioso Award for Promoting the Public Understanding of Science and Technology, concedido por la American Association for the Advancement of Science. Paulos destila siempre una enorme ironía, teñida en muchos casos de irreverencia, y ha contribuido a poner de manifiesto los errores que la ignorancia matemática causa en nuestra sociedad.

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Otras obras suyas, algunas auténticos best-sellers, son: El hombre anumérico, Más allá de los números, Un matemático lee el periódico, Érase una vez un número y Un matemático invierte en bolsa, todos ellos en Tusquet.

El libro

En este libro, de lectura muy fácil, como suele ocurrir con todos los suyos, Paulos intenta explicar por qué los argumentos a favor de la existencia de Dios no se sostienen. Se hace un repaso de los argumentos tan conocidos como el de San Agustín de la primera causa, así como de los más recientes que apelan al diseño inteligente y la complejidad del mundo.

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Usando la lógica y la teoría de probabilidades, Paulos destripa estos argumentos, con humor e ironía, mostrando que al final, es la ciencia la única que nos puede dar respuestas. Seguramente el libro no contentará a creyentos de unas u otras religiones (se cuenta en el libro la airada reacción de San Agustín cuando alguien le preguntó que hacía Dios antes de crear el mundo: "estaba creando un infierno para la gente que pregunta estas cosas"), pero recomendamos vivamente su elctura porque a todos nos hará pensar.

Las Matemáticas y Dios

Las matemáticas proporcionan una descripción extraordinaria de la naturaleza; como escribía Galileo Galieli en Il Saggiatori: "La filosofía está escrita en este vasto libro que continuamente se ofrece a nuestros ojos (me refiero al universo), el cual, sin embargo, no se puede entender si no se ha aprendido a comprender su lengua y a conocer el alfabeto en que está escrito. Y está escrito en el lenguaje de las matemáticas, siendo sus caracteres triángulos, círculos y otras figuras geométricas, sin las cuales es imposible entender una sola palabra; sin ellos sólo se conseguiría vagar por oscuros laberintos."

Las matemáticas, ¿se inventan o se descubren? La idea platónica es que están ahí y lo que hacemos es descubrirlas; en cierta manera, como decía Voltaire respecto a  la expedición de La Condamine para comprobar la predicción de Newton sobre el ensanchamiento terrestre en el ecuador), "Usted ha confirmado en lugares aburridos lo que Newton sabía sin salir de casa"; naturalmente, usando matemáticas.

La idea del Dios matemático es recurrente en la historia (vayan algunos ejemplos):

  • "Dios hace aritmética", decía Karl Friedrich Gauss
  • "Dios usó bellas matemáticas para crear el mundo", decía el Premio Nobel de Física  Paul Adrien Maurice Dirac (y otro Premio Nobel, Wolfgang Pauli, replicaba: "Si he entendido a Dirac correctamente, el resultado es: no hay Dios y Dirac es su profeta".
  • "Sire, no tengo necesidad de esa hipótesis", contestó Pierre Simon de Laplace, en respuesta a Napoleón cuando le preguntó porque no mencionaba a Dios en su Mecánica Celeste.

Otro libro reciente sobre estos temas es el del astrofísico Mario Livio, ¿Es Dios un matemático?, publicado recientemente en Ariel. Livio, conocido por obras como La proporción aúrea, intenta responder a la pregunta de si existen leyes matemáticas en la Naturaleza o, por el contrario, nosotros las creamos.

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Perelman y Dios

Hoy mismo acabo de leer una noticia sobre el matemático ruso Grigori Perelman, galardonado con la medalla Fields en 2006 y este año con el primer premio Clay por haber resuelto la conjetura de Poincaré. Se comenta en ABC que Perelman dice haber probado matemáticamente la existencia de Dios. Como en muchas ocasiones, la afirmación es que un amigo suyo ha dicho que parece que… Bien, como reflexión final, me gustaría pedir que se respete a Perelman y que no se siga en el empeño de convertirlo en una atracción de circo: Grisha Perelman ha conseguido la admiración de todos los matemáticos del mundo por su gran logro intelectual, respetemos su intimidad y sus particulares condiciones personales, se lo ha ganado con creces.

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Manuel de Leon (CSIC y Real Academia de Ciencias) es Director del Instituto de Ciencias Matematicas (ICMAT).

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