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Se encuentran en un bar un inglés, un chino y un español. No, no es el principio de un chiste. Es un experimento para demostrar cuán influyente es una lengua en nuestra arquitectura mental y nuestras capacidades y costumbres.
Y también en nuestras habilidades con la asignatura de matemáticas.
Imaginad que le pedimos al chino y al inglés que lean en voz alta esta serie de números: 4, 8, 5, 3, 9, 7, 6. Y que luego aparten la vista y se pasen 20 segundos memorizando al secuencia antes de repetirla en voz alta otra vez.
El resultado es sorprendente. El angloparlante tendría el 50 % de probabilidades de recordar la secuencia perfectamente. Pero el chino se acercara al 100 %. La razón de ello es que el cerebro humano almacena dígitos en un lapso de memoria que dura unos 2 segundos.
Es decir, que es más fácil memorizar lo que podemos decir o leer dentro de dicho lapso de 2 segundos.
Como habréis deducido, el chino, a diferencia del inglés, permite encajar estos 7 números en 2 segundos.
Como refiere Sanislas Dehaene en su libro The Number Sense:
Los numerales de la lengua china son notablemente breves. La mayor parte de ellos pueden pronunciarse en menos de un cuarto de segundo. Por ejemplo: 4 es si; y 7, qi. Sus equivalentes ingleses (four, seven) son más largos: su pronunciación lleva aproximadamente un tercio de segundo. El hueco de memoria entre el inglés y el chino obedece a esta diferencia de longitud. En lenguas tan diversas como el galés, el árabe, el chino, el inglés y el hebreo, hay una correlación reproducible entre el tiempo necesario para pronunciar los números en una lengua dada y el lapso de memoria de sus hablantes. En este dominio, la palma a la eficacia se la lleva el dialecto cantonés del chino, cuya brevedad otorga a los residentes en Hong Kong un lapso de memoria de 10 dígitos aproximadamente.
Por si esto fuera poco, también hay una gran diferencia en cómo se construyen los numerales en las lenguas occidentales y las asiáticas. En español, por ejemplo, se dice: dieciséis, diecisiete, dieciocho… pero también se dice once, doce, trece… Es decir, no hay mucha lógica lingüística.
En China, Japón y Corea todo es más sencillo. Allí tienen una manera de contar más lógica. 11 es dieciuno. Doce, diecidós. 24 es dosdiecescuatro.
Esta diferencia significa que los niños asiáticos aprenden a contar mucho más rápido que los occidentales. Los niños chinos de cuatro años saben contar, por regla general, hasta cuarenta. Los niños estadounidenses de esa edad sólo saben contar hasta quince, y la mayoría no alcanza a contar cuarenta hasta cumplir cinco años. En otras palabras, a los cinco años, los niños estadounidenses ya se han rezagado un año respecto de los asiáticos en la más fundamental de las habilidades matemáticas.
Estas estructuras lingüísticas provocan que el sistema asiático sea más transparente, lo que determina una actitud distinta hacia las matemáticas: en vez de ser una materia que sólo se puede estudiar de memoria, presenta un modelo inteligible y, por tanto, más fácil de afrontar:
La regularidad de su sistema numeral también significa que los niños asiáticos pueden realizar operaciones básicas, como la suma, con mucha más facilidad. Si uno pide a una niña hispanohablante de siete años que sume mentalmente treinta y siete más veintidós, tendrá que convertir las palabras a números (37 + 22) antes de efectuar la operación: 2 + 7 = 9; y 30 + 20 = 50, lo que hace un total de 59. Pero si uno pide a un niño asiático que sume tresdiecesiete y dosdiecesdós, éste no necesita visualizar nada: ya tiene delante la ecuación necesaria, encajada en la oración. No necesita ninguna traducción a cifras para calcular que tresdiecesiete más dosciedesdós es igual a cincodiecesnueve.
Así no es extraño observar, sumándole otras ventajas que ya comentamos en otro artículo, que los estudiantes de China, Corea del Sur y Japón (y los hijos de inmigrantes recientes que proceden de aquellos países) hayan superado considerablemente a sus colegas occidentales en matemáticas.
Vía | Fueras de serie de Malcom Gladwell
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