Saturday, June 19, 2010

El silencio y la lectura

El silencio y la lectura: "

La anécdota -quizás apócrifa- es bien conocida: San Agustín, personaje atrabiliario y atormentado que llevaría la monomanía de su conversión hasta sus últimas consecuencias, se encontró en Milán en torno al año 385 con Ambrosio, obispo y amigo de su madre, sumergido silenciosamente en la lectura: “…leía deslizando los ojos sobre las páginas, y aunque su corazón buscaba el sentido, su voz y su lengua descansaban. Jamás leía en voz alta”. Pasado el tiempo, él mismo aprendería leer en silencio y caería en la cuenta que esa distancia silente y reflexiva era la misma que le había iluminado el corazón y le había dotado de una nueva sabiduría inefable. En un aciago día de crisis, Agustín escuchó una voz que le decía “Tolle, lege” (vamos, lee), así que echó mano del códice que tenía a su alcance y “lo cogí, lo abrí y leí en silencio el pasaje que primero me saltó a la vista… nada más terminar la frase, una luz serena iluminó directamente mi corazón; la oscuridad se esfumó”.



Sara Maitland nos habla en su extraordinario Viaje al silencio de un empeño personal por desmantelar la falsa y negativa percepción occidental en torno al silencio, que casi siempre se valora como ausencia de ruido o de lenguaje, como falta o privación, pero nunca como un tipo de riqueza que puede enaltecer nuestra subjetividad o refinar nuestros sentidos. Para ella el caso de la lectura silente es justamente el ejemplo de “una poderosa fuerza positiva de la que surge el individuo moderno”, es decir, de una subjetividad hecha del silencio, el recogimiento y la reflexión que constituyen la experiencia de la lectura.



Leer puede convertirse -de hecho a lo largo de la historia casi siempre ha sido así- en un acto de resistencia, de subversión, de firmeza y contestación, porque el yo se robustece y se atrinchera, se dota de razones y de armas dialécticas para la contienda. Parece que San Benito -con un libro en el regazo- decía: “un claustro sin libros es como un fuerte sin armaduras”. Y Sara Maitland se pregunta: “¿Qué tipo de intercambio se produce entre un libro y su lector? ¿Qué puede proporcionarnos un libro que una persona no pueda? Una respuesta posible podría ser: la experiencia de una relación en silencio; la infrecuente experiencia de una relación en la que nadie habla”.


Y yo agregaría, consciente de que la algarabía entrecruzada de voces digitales que constituye nuestro yo hoy en día no dejara indemne la lectura tradicional: ¿qué espacio quedará para la lectura silenciosa y la subjetividad construida sobre ese fundamento en el futuro? ¿Seremos capaces de resistir cabalmente las acometidas de las preguntas y los interrogantes que nos acechan hoy en día? Sé que soy un desplazado digital, un inmigrante doliente o un expatriado afligido, y que quizás por eso las preguntas que planteo ni siquiera sean pertinentes…


De momento, sin embargo, me voy a leer a la cama, solo y en silencio.





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